Mi encuentro
con Jesús.
Una
fábula lisérgica escrita por Lisandro Di Pasquale.
Iba
caminando una tarde cualquiera por la rambla de Carmelo, bastante inusual en mí
porque por lo general no camino distancias mayores que desde la cama al baño,
cuando de pronto me lo encontré a Jesús. Estaba solo, parado, mirando
alrededor, como perdido, como desconcertado, buscando algo.
¿Cómo
me di cuenta que era Jesús?, primero que nada por su apariencia; tenía el pelo
largo hasta los hombros y una barba desprolija, como si hiciera unos 2000 años
que no se afeitaba. En ese momento me quedó claro que esta persona nunca había
escuchado hablar de Sedal.
El
siguiente indicio vino a mí cuando le pregunté su nombre.
Me
acerqué y le pregunté quién era pues me parecía reconocerlo de alguna estampita.
“Soy
Jesús” – me dijo. “¿Ah sí?” – respondí yo con tono desconfiado “¿Cuál es tu
apellido?” – retruqué. “Cristo” – dijo él. No había dudas, éste era el hijo de
Dios (o por lo menos un familiar con el mismo nombre). Ahí me di cuenta que era
él, era como que había logrado ver más allá de la túnica blanca y las
sandalias, del manojo de pelos revueltos y la barba de vagabundo y de su piel
oscura. Me llamo la atención que fuera dueño de un tono amarronado bastante más
intenso que el que suelen usar para retratarlo. No era ni blanco ni negro,
ostentaba más bien un tono caramelo intenso.
“Es
que pasé mucho tiempo al sol y en aquella época todavía no se había inventado
el protector solar” – me dijo como si hubiera sido capaz de leerme el pensamiento.
Le
pedí que para probarme que en realidad era quien decía ser me hiciera un
milagro. Le pedí que convierta el agua en vino, pero me dijo que ése ya era un
truco muy visto y que lo único que tenía a mano era una botella de 7-up, y que
el solo hecho de pensar que podía convertir aquella porquería en otra cosa
implicaba que yo estaba loco.
Le
pregunté qué estaba haciendo en un pueblo rata y de mala muerte como Carmelo, a
lo que me contestó que a él le gustaban los pueblos chicos, más bien ignotos y
que era capaz de observar el potencial que tenía la tierra para el futuro
desarrollo urbano. “Tengo un hotel boutique en Nazareth y ando con ganas de
expandir” – me dijo rascándose la frondosa barba. Pero que en definitiva lo que
estaba buscando era una sinagoga porque quería ir a rezar.
Resulta
que después de todo Jesús era efectivamente judío, pero al estar de vacaciones
tenía que encontrar un sustituto para su rabino habitual. Le respondí que no
había tal construcción edilicia erguida en Carmelo (al menos de forma legal),
que nunca había habido tal cosa, es más, le dije que nunca supe de la
existencia de ningún judío en el pueblo.
“No
sé por qué, pero es como que en algunos lugares no nos quieren ni un poco” – me
dijo.
La
verdad que no pareció demasiado sorprendido frente a tal revelación, pero igual
intenté ofrecerle consuelo al decirle que Carmelo contaba con dos iglesias
católicas, una nueva y una vintage. Agregué además que por las dudas había
también unos 40 galpones y ex comercios llenos de sillas de plástico que hacían
las veces de “templo” evangélico, ya que en los últimos años Carmelo se había
vuelto una especie de destino preferencial para ese tipo de gente, y le dije
que esa “religión” se estaba poniendo de moda, esparciéndose como una peste
despreciable que inundaba las calles de un pueblo otrora tranquilo.
El
me dijo que no quería saber nada con ellos, que de todos los locos y los
fanáticos ellos eran los peores, aún peor que la hinchada de Peñarol. Me contó
que una vez lo habían invitado a una misa (o como sea que lo llamen) pero que
cuando vió que sacaban guitarras, tambores y panderetas y se ponían a cantar no
entendió nada y se fue.
“¿Que
tiene que ver eso con la religión!?” – me dijo. “encima no fueron capaces de
ofrecerme un café, parece mentira, lo tienen al hijo de dios y no le ofrecen
nada para tomar. Horribles anfitriones resultaron ser”.
Justo
en ese momento apareció una vieja, una de esas que están siempre en el lugar
equivocado en el momento justo. Venía ella escuchando música cristiana en un
ipod, como fue que logró hacer para manejar tal aparato es un misterio hasta el
día de hoy. La cosa es que resultó ser una de esas personas evangélicas
recalcitrantes, esas que sienten la necesidad imperiosa de predicar “la palabra
de Cristo” a todo el mundo, y particularmente a todo aquel que tengan enfrente.
Una de esas personas que dicen “Jesús” cada dos o tres palabras y que te hablan
sin que les hayas pedido que lo hagan.
Nos
vio a los dos y se nos abalanzó como un león hambriento sobre una gacela
cuadripléjica.
“¿Han
encontrado a Cristo?” – pregunto con una característica voz de vieja chota.
“Sí,
pero de casualidad, no es como si lo hubiera andado buscando” – respondí yo.
Jesús
levantó la mano derecha, como saludando casualmente y le dijo: “Hola, ¿en qué
puedo ayudarla?”
La
vieja quedó perpleja, dura, y poco a poco fue tomando un color rojo intenso,
como de ira, parcialmente por la honestidad brutal de mi respuesta y por el
descaro del propio Jesús. Comenzó a decir cualquier bolazo (como suelen hacer)
sobre esto y lo otro, despotricaba sobre si nos parecía gracioso burlarnos de
la fe ajena de esa manera.
Yo
respondí que sí y Jesús me respaldo con el siguiente comentario: “Señora, ¿Qué
es la religión organizada si no es un chiste?”. El tenía razón, solo que ellos
no estaban organizados.
La
vieja siguió y siguió, argumentaba que ese hombre no podía ser Jesús bajo
ningún concepto, alegaba que no era lo suficientemente alto y que no estaba lo
suficientemente muerto como para serlo.
De
pronto el cielo se abrió y un rayo cayó justo sobre la vieja pesada,
fulminándola y reduciéndola a tan solo un puñado de cenizas humeantes. Jesús
tornó su mirada hacia mí y dijo: “¿Vos querías un milagro?, dalo por
concedido”. Ambos asentimos con nuestras cabezas en señal de aprobación y luego
de un modesto “High five” seguimos charlando un rato más.
Me
preguntó que hacía yo de mi vida, que a qué me dedicaba. “Ofendo gente, me
quejo mucho y escribo estupideces” – respondí yo sin mucha pausa. “Duermo
profesionalmente y en mi tiempo libre hago trabajos mal pagados y dibujo
historietas. También me gustan las caminatas por la playa y disfrutar de una
copa de buen vino y un cigarro a la luz de las velas”.
“Bien
por vos” me dijo él, poniéndome una mano sobre el hombro derecho, como en señal
de amistad. “¿Y vos que hacés? – pregunté yo.
“Que
se yo…nada. Camino de acá para allá, revivo algún que otro muerto o le doy de
comer al hambriento, lo que pasa es que nadie se entera porque los medios no le
dan mucha cobertura a eso. Mucho menos cuando Gran Hermano está en el aire”
“¿Y
nada más!?” – repliqué yo.
“¿No
era que sos hijo de un carpintero?” – Repliqué con la sagacidad de Hercules
Poirot. Lo cual me llevó a recordar algo que había dicho Woody Allen varios
años antes. “¿Cuánto me cobras por hacerme una biblioteca?” – le dije, a lo que
él me respondió: “Primero que nada, ese no es mi padre, es mi padrastro, y hace
muchos años que no nos hablamos más” – dijo Jesús como con cierto desdén. “Me
ofreció seguir con el negocio familiar, pero yo le dije que no quería pasarme
la eternidad haciendo sillas con mis medio hermanos, así que me fui”.
Por
un segundo se generó un silencio incómodo, pero luego él arremetió con otra
declaración.
“De
vez en cuando voy al cine” – me dijo, así que le pregunté cuál era su película
preferida. “Mingo y Aníbal contra los fantasmas” me contestó, luego de lo cual
miró su muñeca izquierda, despojada de todo tipo de reloj y me dijo que se
tenía que ir, que se le hacía tarde para otro compromiso.
“Mucha
suerte con todo” – me dijo a la vez que me daba una gentil palmada en la
espalda. “Dejá que los fanáticos hablen –continuó- después de todo tienen más
“FE” que cerebro”.
Luego
dio media vuelta carnero y una rueda de carro, giró y se fue caminando sobre el
agua del arroyo de las vacas, como quien sale para Buenos Aires. “Ahí hay más
de los míos, me voy a Villa Crespo“ – dijo mientras me saludaba y se perdía en
el recodo del arroyo.
Yo
me quedé ahí por un tiempo, perplejo, reflexionando sobre la experiencia y
totalmente incrédulo de lo que había oído. “Mingo y Aníbal contra los
fantasmas” no puede ser la película favorita de nadie, ni de Calabró, pensé
indignado.
Que
tipo raro éste Jesús.
Carmelo, Uruguay.
2 de Marzo de 2012.
Las críticas dicen:
“BRILLANTE”
– Neil Gaiman
“Aún
MAS brillante” – Alan Moore
“Brillante
sobre el mic” – Fito Paez
“Ojalá
algún día pueda escribir así” – Jorge Luis
Borges
“Plagiaristicamente
maravilloso” – Woody Allen